La vida en los campamentos del Aconcagua
Les llaman los “campamenteros”. Son chicos y chicas que trabajan toda la temporada en los campamentos de las empresas en el Parque Aconcagua
Por: Jorge Federico Gómez

Es uno de los trabajos más curiosos del Parque Aconcagua. Quien no está tan habituado a la montaña, para quien tiene una visión desde la ciudad sobre cualquier trabajo, resulta sorprendente la forma de vida que llevan. Son los campamenteros de Aconcagua.

Son casi todos jóvenes, chicos y chicas que durante toda la temporada se encargan de atender a turistas y andinistas que pasan por los distintos campos con la ilusión de cumbre o de conocer tan magnífica montaña. Son quienes reciben a los visitantes, disponen los lugares para acampar, preparan los desayunos y comidas, responden a todas las preguntas e informan sobre todo, en cualquier idioma: el tiempo, las distancias, las cargas, los trayectos. Son el alma mater de estos pequeños pueblos de lona en las alturas de los Andes.

Melisa y Ana tienen a su cargo las tareas en el campamento de la empresa Lanko, en el campo de aproximación Confluencia. Son muy jóvenes, muy simpáticas y extremadamente dispuestas para el trabajo y la atención de los montañistas. Se pasan todos los veranos en la altura, desde noviembre hasta marzo, y aprecian la vida que llevan y el trabajo que realizan.

“Yo estoy hace 4 años trabajando en las temporadas de Aconcagua. Antes trabajé en otras empresas y desde el año pasado estoy en Lanko” relata Melisa a Aconcagua On Line durante un impasse en sus tareas en la siesta distendida de enero, en el domo comedor. Es que por esas horas es poca la gente que circula por el campamento, pues todos aprovecharon el sol brillante para ir hasta Plaza Francia o caminar por los alrededores.

Nos explica el proceso de instalación del campamento cada noviembre: “Tanto para el armado como para el desarmado es una tarea dura. Primero se pone el piso, luego se tira la lona, hay que tirar la tierra, picar, después viene la instalación de la luz. Después en marzo todo queda guardado acá excepto la lona: mesas, sillas, vajilla, comida no perecedera. Los baños se usan de depósito en el invierno”.

Aclara además que esta temporada “estuvo letal el asunto porque estaba todo congeladísimo, hubo que cortar medias sombras y romper cosas para empezar a sacar, hacía muchísimo frío”. En esa etapa eran unas 8 personas: “Los chicos vienen a ayudar porque la lona pesa como 60 kilos, cuesta mucho moverla y armarla, y nosotras estamos más en todos los detalles”.

Melisa define Confluencia como un campamento “muy de turista. Como está cerca vienen los de trekking día, los de trekking corto y largo, los de cumbre, todos pasan por acá, incluso lo de las 360º, por eso acá se junta mucha gente, a veces más que en Mulas. Allá están los ascensos, los trekkings largos, pero se quedan 5 días y acá 2, esa es la diferencia”.

“La montaña me gusta desde siempre, soy mendocina, me crié en El Challao con la montaña al lado” contesta ante la consulta sobre su decisión de trabajar como campamentera. “Se dio la oportunidad porque yo estudio turismo y estaba cansada de la ciudad. Me cansé de llevar una vida que no me llenaba, necesitaba un cambio. Tengo amigos escaladores y una me propuso venir acá. No sabía nada, no conocía a nadie. Estuve mi primera temporada acá y me dí cuenta que esto es lo que me gusta: trabajar al aire libre, en contacto con la naturaleza”.

Para Melisa es su cuarta temporada en el Parque. Sigue con sus estudios que está cerca de finalizar, y cuando se reciba quiere irse a trabajar al exterior: “Es que el trabajo te sirve mucho, te da un margen de objetivos y proyectos para hacer porque bajás con toda la plata junta, y acá no gastás nada. Entonces si querés hacer algo tenés la posibilidad”.

Su preocupación es que, según su percepción, cada vez viene menos gente a Aconcagua. “Esta temporada la particularidad fue que en invierno hubo bastante nieve, y recién ahora (enero) está subiendo gente, hay que ver qué pasa en febrero. Creo que ha influido el tema del clima frío, la gente está especulando con las ventanas de cumbre, y creo que también el cambio de gobierno porque hay que ver qué va a pasar ahora con el Parque. Y por supuesto por el costo, obvio”.

Melisa, al igual que su compañera Ana, disfruta de lo que hace, y se le nota. Es una forma de vida muy particular que buscó y eligió, y no se arrepiente: “Me gusta vivir acá, el Parque es nuestra casa. Si me preguntás dónde vivo, cuál es mi domicilio, yo te digo que vivo acá, en el Parque”.

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