Día de cumbre: Como siempre el despertador suena y le damos 10 minutos más. Es que se hacen cortas las horas de sueño antes de una cumbre, hasta que… basta de remolonear ¡vamos!

“¿Hace frío?” me pregunta Valen. Una mueca de respuesta y una risa. “Nunca tanto como en Aconcagua” le digo.  Desayunamos y vamos. La ansiedad me estaba torturando.

Empezamos suave, lento, como hay que ir el día de cumbre. De a poco va aclarando y el frío se hace sentir, cala los huesos, para colmo los días anteriores llovió y mucho, no es época de lluvia pero igual llovió. En fin, guantes húmedos, por suerte un par de calienta manos que llevo siempre por las dudas esta vez sirvieron.

Hasta que aclaró y se vio el hermano menor del Kilimanjaro, el pico Mawenzi (5.149 m), imponente, sin poder evitarlo empiezan a caer las primeras lágrimas. “¡¡Estamos llegando al techo de África!!” le decía a Valentín.

Paraditas breves para comer algo, hidratar y seguir. Empezó a bajar gente muy cansada ayudada por sus guías con evidentes rostros de frustración. Valen me mira preocupado. “Tranqui, vos estás”, dándole a entender que su condición física y de aclimatación están bien.

Llegamos al Stella point, el cráter, un lugar inmenso desde donde se puede ver la cumbre ahí nomás. Seguimos, el objetivo está a un toque.

Veinte minutos más de trekking y estamos al fin en lo más alto. Entre lágrimas y abrazos hacemos las fotos de rigor y para abajo, pues todavía falta mucho.

Arribamos al campamento y nuestro guía nos dice “prepárense que nos vamos”. Todavía nos quedaba un trek de 5 horas más hasta un campamento bajo, sí o sí había que dejar el Parque al otro día porque así era el permiso que teníamos. Dormimos 30 minutos, nos preparamos y partimos.

Al otro día, el último, un largo trekking muy disfrutable otra vez en el bosque, con calor y avistando monos!

Llegamos  a la puerta del Parque, y al fin nuestro transfer nos esperaba. Cansados pero felices.